Bitch, please. (o el hartazgo de algunos enfoques de género)

Últimamente me fastidian estos enfoques de los temas de género que se resumen en «mujeres que cuentan sus problemas». El sexismo existe, es agresivo, silencioso y cala hondo en nuestras pautas de comportamiento, pero aunque la visibilización de la agresión es el primer paso para la solución, llevo años leyendo testimonios de mujeres amenazadas que no cuentan cómo resolvieron la situación, si acaso la resolvieron. Así que haré mi parte:

A mí me funciona vigilarme. Algunas veces me atajo dos segundos antes de decir o avalar una barbaridad, pero otras llego tarde y me equivoco. Entonces “me perdono y vuelvo a empezar”.

También me ayuda respetar el rol masculino. Tengo amigos que me han confesado lo difícil que les resulta acercarse a las mujeres en situaciones sociales porque estamos a la defensiva. Si un hombre quiere hablar o bailar contigo, no significa que quiere abordarte sexualmente. A ellos les encanta jugar y a nosotras también*, pero todos sabemos lo difícil que es dar con la química necesaria para siquiera empezar el juego de la seducción. Así que también conviene relajarse, bajarle dos al ego y asumirlo: no todos quieren contigo.

Ahora, como yo tampoco quiero con todos, si no me provoca hablar o bailar con alguien porque estoy en otra onda, no me gusta su actitud o no me da la gana, tengo derecho a decir que NO y esto -¡Cristo crucificado de las feministas!- no es nada nuevo.

Cuando era niña mi papá me enseñó el catálogo más extenso de vulgaridades que caben en el Estadio Universitario en un juego Caracas-Magallanes y me instruyó para usarlo a los gritos si alguien (hombre o mujer) intentaba insultarme, asediarme, tocarme, raptarme o golpearme. Es decir, me enseñó a no quedarme callada, sin necesidad de abrir una ONG.

Y ahí está la otra cosa que me ayuda contra el sexismo: usar mi voz en la cotidianidad. Puedo denunciar en esa página, o escribir en mi blog, que un hombre me tocó la pierna en el Metro, pero también puedo decirle “¡Qué coño te pasa mamagüevo a mi no me toques!” y obligarlo a retroceder.

¿Es difícil? ¡Claro! La vida lo es. Pero hago más ocupándome de mi voz a diario usándola, preparándome en el tema, aún con equivocaciones, que quejándome como una melindrosa de la suerte de mi género en una página tipo “grupo de apoyo” hasta llegar a la conclusión de que «el sexismo no ha muerto». Bitch, please. Me tienen tan harta como la gente que no supera la teoría de la envidia del pene. Si enseñas a alguien a lamentarse jamás va a aprender a defenderse. Entonces ¿a qué estamos jugando?

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