Miss Universo y una pregunta difícil

Debajo de los reflectores, es un escenario repleto de cámaras que transmiten en vivo a cientos de países del mundo, una chica trata de responder una pregunta: “Es una pregunta muy difícil”, dice Paulina Vega, quien pocos minutos después será coronada como Miss Universo 2015.

Fuera del manido debate sobre la inteligencia de Paulina, hay una pregunta que sigue sobre la mesa: ¿qué pueden las mujeres aprender de los hombres? ¿Es ésa una pregunta realmente difícil de responder?

Cuando tienes menos de un año de edad y tú única labor es hacer arepitas de manteca / pa’ mamá que da la teta está todo bien con el estribillo que condena a la arepita de cebada al papá que no da nada. Pero cuando tienes más de seis y escuchas de pasada que “los hombres” (así, en plural, en esa generalización tan vasta en la que todo cabe) son unos inútiles, muérganos, vagos, infieles, irresponsables, mujeriegos, malos-malucos y que, para colmo, son todos iguales, lo que provoca es devolverse al capítulo de las arepitas.
Al encontrase por primera vez con ideas reivindicativas de nuestra condición de mujer, el instinto es condenar a la cultura patriarcal, llevándonos por el medio al primer hombre que tenga la mala fortuna de cruzarse en nuestro camino al terminar de leer a Simone de Beauvoir. Pero en la vida real, donde las cosas siempre son más complejas que en la teoría, los hombres de nuestra vida nos han enseñado, por contraste, mucho más de lo que podemos listar en cinco segundos de respuesta televisada.

Nos han ayudado a saber, por ejemplo, qué es una bobina o cómo se limpia un borner, qué significan las señas del umpire, lo cómodo que resulta guardar silencio, el placer infinito que esconde un pan con mortadela, decir que sí cuando realmente quieres decir que sí, la belleza de Arma Mortal 4, cómo negociar con un mecánico, estacionarse eficazmente en doble fila, abrir una lata de atún con una llave.

Nos han enseñado de practicidad, pero también de simplicidad en un mundo confuso. Pero quizá todo esto también podría enseñárnoslo una mujer.
Entonces, ¿qué podemos las mujeres aprender de los hombres?

Lo único que se erige como una verdad socialmente aceptada es que sólo nos conocemos a partir de los otros. En este juego de espejos, lo que más podemos aprender de los hombres no es otra cosa que una mirada complementaria sobre el mundo, una apertura que aporta perspectiva y profundidad: una sabiduría tan rica como la femenina, a la que sólo podemos acceder a partir del respeto.

Una de las deformaciones de la lucha por la equidad de género ha sido la castración simbólica de la masculinidad sintomatizada en la descalificación, la ridiculización o, incluso, episodios de violencia contra el hombre que (aunque aislados y porcentualmente nimios en relación a los femeninos) no dejan de decirnos que hay algo nuevo sobre el panorama a lo que también debemos prestarle atención.

Cuando se discuten estos temas en fueros privados suele decirse “primero lo primero”. Lograr avances en los derechos de las mujeres, esa ardua tarea que nos ha llevado siglos, sigue siendo el objetivo. ¿Pero de qué nos sirve haber reivindicado el pensamiento independiente, si no podemos pensar también sobre lo nefasto que resulta romperle las pelotas a nuestros compañeros?

Ellos, además, están haciendo su parte. No hay un movimiento reconocido ni bautizado, pero sí una nueva manera de hacer las cosas que busca superar los roles de víctimas y victimarios. Con una completa consciencia de la carga histórica que llevan a cuestas, desde hace años hay hombres apostando a la vida en pareja, a la paternidad responsable, a la sensibilidad, a la distribución justa de las tareas en el hogar. La equidad de género es una batalla que se libra en las cortes, en los medios, pero también frente a la pila de platos por fregar.

Bajo este contexto, quizás la nueva Miss Universo tenga razón: se trata de una pregunta difícil porque implica deslastrarnos de una visión muy oscura, aunque afortunadamente cada vez menos generalizada, de la masculinidad. Y Paulina da en el clavo cuando responde que hay hombres que creen en la igualdad y que bien podríamos las mujeres aprender de ellos.
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Artículo publicado originalmente en www.prodavinci.com

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